Mayo es un mes lleno de flores, de nuevos comienzos y de gratitud. En muchos lugares del mundo, se celebra el Día de la Madre, una fecha que va más allá de un regalo o un desayuno en la cama. Es un momento para reconocer el papel profundo, complejo y esencial que tienen las madres en la formación del ser humano. No solo en lo físico o emocional, sino también en dimensiones tan delicadas como la sexualidad, la identidad, y la espiritualidad. Es un regalo divino que, muchas veces, se da por sentado.
Desde que estamos en el vientre, el cuerpo de una madre se convierte en el primer hogar. Estudios en neuro-ciencias demuestran que el desarrollo cerebral del bebé está directamente relacionado con el estado emocional de la madre durante el embarazo. Si una madre recibe amor, cuidado, y vive en un ambiente de paz, su hijo empieza a formar conexiones neuronales saludables, especialmente en áreas relacionadas con el apego, la regulación emocional y la empatía. En otras palabras, una madre no solo da vida: forma el terreno donde esa vida aprenderá a amar, a confiar y a crecer.
Conozco la historia de Laura, una madre soltera de tres hijos, que trabajaba de noche y estudiaba de día para poder sacar adelante a su familia. A pesar del cansancio, cada noche se sentaba con sus hijos a hablarles sobre su día, escucharlos y orar con ellos. Hoy sus hijos son adultos que respetan a las mujeres, tienen relaciones sanas y reconocen el valor de la fe en sus vidas. Laura no tenía una carrera en psicología ni en neuro-ciencia, pero su intuición de madre, su fe en Dios y su presencia constante hicieron lo que ningún libro pudo haber enseñado: formar seres humanos sanos, emocionalmente estables y espiritualmente firmes.
En la Biblia, el amor maternal es comparado con el amor de Dios. Isaías 66:13 dice: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros.” Es una imagen poderosa. Dios nos muestra que el amor de una madre es tan profundo, que puede reflejar su propio carácter. Cuando una madre acompaña a su hija en sus primeros cambios físicos, cuando un hijo se siente seguro para hablar de sus dudas sobre la sexualidad sin miedo ni vergüenza, se está abriendo un espacio sagrado donde la identidad florece sin culpa y donde el respeto por el cuerpo y por los demás se aprende desde casa.
Por eso, cuando hablamos de sexualidad no debemos pensar solo en temas biológicos o educativos. La sexualidad se forma con las caricias sanas, con los límites amorosos, con la forma en que una madre enseña a su hija a amar su cuerpo, no por cómo se ve, sino por cómo ha sido creado por Dios. También con la forma en que un hijo aprende a valorar y respetar el cuerpo del otro. La madre es, muchas veces, la primera maestra de amor propio y de responsabilidad afectiva.
También está el caso de Andrés, quien creció en un hogar con una madre que hablaba abiertamente sobre el valor de esperar, sobre el respeto en las relaciones y sobre cómo las emociones también son parte de la sexualidad. Hoy Andrés es un joven que se siente cómodo hablando de sus emociones, que no busca dominar ni complacer, sino construir. Y todo empezó con conversaciones simples, en la cocina, mientras su mamá preparaba arroz con pollo y hablaban de la vida.
En este mes de mayo, celebremos a las madres no solo con flores, sino con gratitud profunda. Agradezcamos a esas mujeres que nos formaron con palabras, con silencios, con abrazos y con su fe inquebrantable. Recordemos que cada una de ellas es una herramienta de Dios para moldear corazones y construir generaciones más sanas.
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