Siempre he recomendado la lectura del libro, “Al pueblo nunca le toca”, de Álvaro Salom Becerra, a estudiantes, amigos y colegas docentes, la verdad no creo que haya quien se resista a dejar este libro empezado, lo digo porque de principio a fin el autor escribe con un humor fino haciendo una crítica mordaz a la clase política colombiana. Párrafo a párrafo la prosa impecable de este libro está marcada por un sutil sarcasmo envuelto en pequeñas dosis de una ironía indescriptible. Imposible no reírse y, a la vez ponerse serio ante esa cruda realidad que viven dos amigos, Baltazar y Casiano, el primero liberal (manzanillo) y el segundo conservador (godo), quienes de principio a fin mantienen un conflicto constante en defensa, cada uno, de su partido político. De manera magistral, el autor, en un espacio de más o menos unos sesenta años (1918 a 1978), narra las experiencias vividas en un pueblo, donde nunca llegan a saber qué es eso del poder, ya que cada período electoral son engañados y olvidados por los políticos tradicionales, quienes nunca les cumplieron las promesas electorales. No sé cuántas veces lo he leído, pero sí puedo asegurar que cada vez tengo más claras las causas y consecuencias de un país polarizado, primero por el bipartidismo y ahora por la gran mentira de la izquierda y la derecha, mientras que una clase dirigente parásita está, cada vez más, inmersa en las mieles de la corrupción.
Se trata de uno de esos libros que no pierden vigencia, ya que Colombia poco o nada ha cambiado políticamente en los últimos años. Se redactó e implementó otra Constitución (1991) y el país siguió igual o peor, la justicia no opera, la salud no mejora, la educación no educa, la inseguridad es alarmante, los grupos armados cambian de nombre, la intolerancia ciudadana pulula en los cuatro puntos cardinales del país, ¿y…? Es como volver a leer la realidad colombiana, lo único que cambia son los actores y los nombres de los partidos políticos, pero, en el fondo todo sigue igual, los mismos vendedores de ilusiones salen cada cuatro años a engatusar y seducir a los incautos votantes que aún le quedan al censo electoral. No sé por qué algunos dirigentes se molestan cuando les dicen neoliberales, si ellos mismos defienden a ultranza el statu quo y el modelo económico de hambre que solo sabe socializar las pérdidas y privatizar las ganancias.
Hago claridad, de forma absoluta y contundente, no pretendo atacar y menos defender a nadie, mi reflexión es fruto de lo vivido y lo digo con vehemencia y sin temores porque yo también fui protagonista del libro en mención, yo fui uno más de los engañados por los políticos de turno, quienes me prometieron de todo y nunca me cumplieron nada. No me da pena decirlo, quería estudiar, conseguir en buen empleo, ayudar a mi familia, pero, siempre fui burlado, padecí como Casiano y Baltazar las burlas de algunos que me llevaron a toldas políticas a escribirles discursos, a generar ideas, a conseguir adeptos y, después que ganaron, nunca más se dejaron ver. Dolor de patria, siempre los mismos con las mismas, como si en medio de tantos ilustres ciudadanos no hubiese gente mejor que ellos, antes se hacían llamar liberales contra conservadores, hoy se disfrazan de derechistas e izquierdistas, algunos ni siquiera saben qué es eso, porque se voltean solos como los buñuelos. Yo pregunto, ¿en qué cambió el Congreso de la República en las pasadas elecciones legislativas, en qué?
No pretendo ser “ave de mal agüero”, pero con seguridad muchos de los recién elegidos apenas empiecen a recibir su jugoso salario de más de cuarenta millones de pesos, se olvidan de sus promesas, “al pueblo nunca le toca”, esto del poder y sus beneficios es de unos pocos. Hace pocos días hablaba con un amigo y le decía que la democracia en Colombia desaparece cuando se cierran las urnas, a las cuatro de la tarde, ahí el elector queda valiendo cero a la izquierda, el político ya no lo necesita, ya no lo quiere ver, los electores (pueblo) son útiles antes de las elecciones, después no. Un país sumido en la corrupción y donde la inversión pública, que es una obligación del Estado, casi siempre debe mendigarse, está preparado para la reposición de votos, sí, a los elegidos hay que pagarles por haberse hecho elegir y no cualquier centavo.
Da tristeza ver las campañas a la presidencia de la República, sin excepción alguna, están centradas en peleas y reparos, en hablar de la vida privada y en atacarse sin importar las ridiculeces que se digan. Con el paso del tiempo se fueron perdiendo esos discursos elegantes y atractivos que se hacían en la plaza pública, hoy han caído tan bajo que solo saben hablar de cosas sin sentido, con decir que ni promesas hacen, se la pasan, como cualquier narciso, hablando de lo que han hecho en su trasegar político de un puesto a otro devengando dinero del Estado. Reitero que no pretendo atacar ni defender a nadie, pero sí decirles a quienes están ilusionados con el poder de sus líderes que lean el libro que les recomendé y, menos euforia, más racionalidad. No soy pesimista, soy realista y, eso molesta más a aquellos que creen ciegamente en sus candidatos.
“La política es el arte de engañar”.
Nicolás Maquiavelo