Pretendiendo hacer una pausa activa con los estudiantes, pausa intelectual, les pregunté qué sabían ellos de los retruécanos. Por la mirada de algunos y la expresión del rostro de otros me di cuenta que poco o nada sabían, entonces los invité a relajarse y expresar, espontáneamente, lo que se les ocurriera al pensar en los retruécanos. Luego de un interesante silencio, entendiendo por silencio no la ausencia de sonido sino la desaparición del ruido, una estudiante se atrevió a decir, “profesor, los retruécanos me suenan como a unos fideos, unas pastas bien elegantes”, de inmediato, casi interrumpiendo a su compañera, otra más dijo, “si, yo también pensé en unas pastas rellenas de carne”. Después de escuchar varias respuestas, todas asociadas a la comida, les dije; déjenme decirles que los retruécanos no se comen, el retruécano en literatura es una figura retórica, que consiste en la inversión o contraposición de dos frases formadas por las mismas palabras con el orden invertido en una de ellas, esto con el fin de dar un sentido contradictorio.
Entendiendo que para muchos, por no decir la mayoría, el término y su significado eran algo nuevo, decidí darles algunos ejemplos de retruécanos: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”, “te voy a dar cien mil, cien mil es que te voy a dar”, “me baño en el río, me río en el baño”, “hay grandes libros en el mundo, y grandes mundos en los libros”. Nunca olvido la cara de admiración y asombro de mis estudiantes, y, lo que había empezado como una pausa activa, terminó en un juego de figuras retóricas de la lengua española. Aquella tarde hablamos de los palíndromos, frases que se leen igual de derecha a izquierda, que de izquierda a derecha, “somos o no somos”, “yo hago yoga hoy”. También hubo espacio para el Calambur, otra figura retórica, un juego de palabras que modifica por completo el sentido de la oración al alterar el orden de algunas letras o palabras, “yo loco, loco, y ella loquita”, “entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”. Sigo insistiendo que en clase con los estudiantes hay mucho que hacer.
Como ciudadano de un mundo globalizado me preocupa el estado actual de la academia en todas sus formas, desde la básica primaria hasta el doctorado, lo digo porque hoy es más importante los títulos y el prestigio de las universidades que aprender. Debemos ser cautos, no se trata de pasar por la escuela por pasar y llenar las paredes de diplomas, lo importante para mí es saber, no parecer. Con lo anterior, quiero decir que hace pocos días leí el informe que se hace acerca de los niveles de lectura por países, la verdad es muy poco lo que hemos avanzado, yo diría que retrocedimos, seguimos leyendo menos de tres libros en promedio por año. Dicen algunos informes que un japonés lee en promedio 46 libros y, en Finlandia se leen 47 libros por año. Para completar, acaba de salir otro informe donde se dice que, “los estudiantes colombianos se rajaron en ortografía”, aduce el informe que el problema no solo es la mala redacción sino también la incorrecta utilización de los signos de puntuación. A la falta de lectura hay que agregar que también escribimos mal.
No me considero un tipo negativo sino aterrizado y propositivo, es así como, ante tan oscuro panorama yo pregunto, ¿qué está pasando con los sistemas de enseñanza aprendizaje que los estudiantes leen y escriben cada vez menos? Le doy la razón al reconocido escritor surcoreano Byung-Chul Han quien, en su libro, “la sociedad del cansancio”, dice que al hombre de hoy solo lo motivan los likes (me gusta) que le dan en su estado de Facebook, eso le hace feliz y lo envuelve en una burbuja de narcicismo y vanidad. Es claro que la ciber-modernidad está cambiando la forma de vida, y, eso está bien, nada es estático dijo Heráclito, lo malo es que esos cambios no sean para bien en asuntos de lecto-escritura.
Al pasar el tiempo he ido entendiendo que las personas hoy se comunican de otra manera, respetuosamente quiero decir que volvimos a la época de las cavernas cuando el hombre dibujada cosas para comunicar y no se había inventado la escritura. El nuevo lenguaje son los emoticones, una forma rápida de decir algo sin necesidad de enredarnos con embelecos o normas gramaticales. Los muñecos (emoticones) hablan por nosotros, ya no es necesario escribir para comunicar. Tal vez a futuro, para las próximas generaciones, los libros sean traducidos a emoticones, solo imágenes; me cuesta imaginar el Quijote de la Mancha o Cien años de Soledad escritos en emoticones.
Tristemente, cada día se propaga más la pereza mental, me da por pensar que hoy poca gente escribe a mano y de los pocos que lo hacen, algunos, tienen una letra horrible; sus garabatos son indescriptibles, lo digo por mis estudiantes, a veces ni ellos entienden lo que escribieron. Casi nadie escribe, toda comunicación se convierte en mensaje de texto o de voz, hace rato desaparecieron las cartas de amor que llevaba el cartero. Como docente me da nostalgia saber que no se esté cultivando el gozo de leer y el arte de escribir, entonces, ¿qué va a pasar con el idioma español, se cambiará el lenguaje? Tal vez en un futuro no muy lejano nos comuniquemos por señas y nos comamos los retruécanos.