No es necesario ser adivino para saber que se vienen cambios significativos en el sistema educativo,
unos muy superficiales y otros de fondo. Aquellos que piensan la educación como sistema de mercado y
no como sistema educativo, ya deben estar imaginando ampliar la oferta universitaria con una
Licenciatura en tapabocas escolares, una Especialización en clases virtuales, tal vez una Maestría en
videos educativos y un Doctorado en educación. Y lo digo porque la preocupación de algunos es la baja
en las ventas de cuadernos, lápices, fotocopias, colores y muchos embelecos más, sin inquietarles la
calidad de la educación de aquellos que hoy se preparan para enfrentar los retos de una Nación.
Escuché decir con despotismo, y poca elegancia, que los bachilleres llegarán mal preparados a la
universidad, pero, tal vez olvidó decir el panelista televisivo que los médicos también llegarán mal
preparados a los quirófanos, como los abogados a los juicios y los administradores a las empresas. No
olvidemos que esta pandemia nos tocó a todos por igual.
Siempre se ha dicho que de las crisis se aprende, que las sacudidas, los retos y hasta las guerras son
motores de cambios o transformaciones, que bueno sería aprovechar esta oportunidad que nos da la
vida y pensar una mejor sociedad en términos educativos. Para mí, algo positivo o bonito fue que los
padres de familia, a través de una pantalla, entraron al colegio de sus hijos y los profesores llegaron
hasta las casas de los estudiantes, sé que las circunstancias y los medios no fueron los mejores, pero
se dio un vínculo más cercano. Algunos papás se enteraron, por primera vez, de cómo aprenden y
estudian sus hijos, no todo es negativo. Que la pandemia afectó las finanzas del hogar, eso es
innegable, pero no solo alteró la educación como algunos lo quieren hacer ver, sino muchos aspectos
de la cotidianidad.
No cabe la menor duda que la virtualidad llegó para quedarse, no al cien por ciento, pero si para
coadyuvar en el sistema educativo. Recuerdo que muchos profesores, antes de la pandemia, prohibían
y rechazaban el uso del teléfono móvil en clase, que bueno que a partir de lo sucedido replanteen su
forma de ver la tecnología, no como una enemiga sino como una herramienta más del aula de clase. El
problema es mental, y lo digo porque algunas facultades siguen siendo retrogradas en la formación de
sus profesores, siguiendo desconectadas de la realidad nacional, por eso cuando los licenciados
egresan de las universidades se chocan con un mundo escolar ajeno a lo visto en teorías bibliográficas.
Lo dije hace más de diez años en otro artículo y lo vuelvo a repetir, a la escuela no se deben llevar los
problemas sociales convertidos en cátedras o asignaturas escolares, nuestros mandatarios, ignorantes
en términos educativos, todo lo quieren llevar al aula, y así no debe ser. Antes de la pandemia era
común ver estudiantes con maletas inmensas cargando quince y más cuadernos con asignaturas
diferentes, cuando lo básico que es leer y escribir no lo enseñan. Siempre lo he dicho, lo sostengo y me
mantengo en que el peor profesor es aquel que supone, “yo supongo que ustedes ya saben”, “yo
supongo que esto ya lo leyeron”… Como profesores no debemos suponer sino enseñar a pensar,
estamos indigestando los estudiantes con cantidades enormes de información. Este debe ser el
momento preciso para repensar la escuela y, cuando digo escuela, me refiero desde el preescolar hasta
el más encopetado de los post-doctorados. Sin temor a equivocarme seguiré diciendo que “la escuela
está enferma”.
Hace muchos años, cuando yo pasaba por una capilla o sala de velación donde había un féretro,
imaginaba la tristeza que debían estar sintiendo los familiares, pero, cuando el muerto fue mío, cuando
fueron mi padre, mi hermano y mi madre los muertos, entendí el dolor y, desde ahí puedo hablar, desde
la experiencia acerca de lo que se siente perder un familiar. Por eso me parecen horribles algunos
“gritos” que dicen que las escuelas deben abrirse ya, como si se tratara de un imperativo categórico.
Nadie, absolutamente nadie, puede negar la crisis económica que estamos atravesando y, lo que se
viene para el mundo entero, pero, ¿los muertos qué, a quien le importan? Desde la soledad de mi
encierro me ha tocado despedirme de profesores, rectores y jefes de núcleos educativos, muertos por el
coronavirus, hoy ya no están.
Seamos prudentes y sobre todo muy sensatos, esto nos debe servir para repensar la sociedad, algunos
ilusos decían, al principio de la pandemia, que saldríamos mejor, seríamos otros, mejores personas, y
así no fue, la falta de tolerancia convertida en violencia así lo demuestra. Sea esta la oportunidad que
todos necesitamos para pensar en cómo transformar la educación. De mi parte quiero aportar
repitiendo lo que dije hace pocos años en un congreso de educación, “sueño con una escuela donde los
niños aprendan solo a leer y escribir, herramientas fundamentales para llegar al conocimiento”.
Coda: Nos enseñó la pandemia que para estudiar no son necesarios los uniformes.