Mi viaje hacia el amor verdadero y consciente ha sido uno de los mayores desafíos y logros de mi vida. He pasado por relaciones tóxicas que me dejaron cicatrices profundas en lo emocional, psicológico, y espiritual. Durante años, me vi atrapada en un ciclo donde el amor estaba contaminado por la dependencia, la manipulación y la falta de respeto. Creía que el amor era sinónimo de sacrificio, de ceder siempre ante el otro, y de soportar el dolor en silencio. Pero ahora, al borde de un nuevo capítulo, estoy a punto de casarme, y no lo hago por las razones que antes me motivaban. Lo hago desde la conciencia, desde un lugar de profunda conexión conmigo misma y con la persona que he elegido para compartir mi vida.
El camino hacia una relación saludable comenzó cuando empecé a cuestionar lo que realmente significaba amar y ser amada. Comprendí que el amor no debería doler ni requerir que me anulara. Empecé a trabajar en mí misma, explorando mis heridas y patrones de conducta. Me di cuenta de que la relación más importante que debía cultivar era la que tenía conmigo misma. Y así comenzó un proceso de sanación que no solo me liberó de las cadenas de relaciones tóxicas, sino que también me abrió la puerta a un amor auténtico.
Este proceso no fue sencillo. Tuve que enfrentar muchas verdades incómodas sobre mi vida y sobre mí misma. Tuve que desaprender muchas creencias que había adoptado desde niña, influenciada por la sociedad, la cultura y mi entorno familiar. Aprendí a poner límites, a reconocer mi valor, y sobre todo, a comunicar mis necesidades sin miedo. Esta transformación no solo fue interna, también se reflejó en todas mis relaciones, no solo las románticas, sino también las familiares y amistades. Empecé a rodearme de personas que me apoyaban, que me elevaban y que respetaban mi autenticidad.
Un aspecto clave de este viaje fue el componente espiritual. Entendí que para sanar verdaderamente, necesitaba reconectar con mi esencia, con aquello que trasciende lo material. La espiritualidad se convirtió en una guía, un faro en medio de la tormenta. Me llevó a redescubrir una fe que no está basada en dogmas, sino en una conexión profunda con lo divino, con Dios. Esta dimensión espiritual no solo nutrió mi alma, sino que también me permitió comprender la importancia de la conexión en una relación de pareja. Dios nos une, nos hace ver más allá de nuestras diferencias y nos invita a crecer juntos, respetando el camino del otro.
Otro aspecto fundamental fue el psicológico y emocional. Tuve que trabajar con mis miedos, traumas y ansiedades. Comprendí que gran parte de mi predisposición a relaciones tóxicas provenía de patrones de comportamiento aprendidos en mi infancia. Estos patrones se arraigaron en mi cerebro, creando rutas neuronales que influenciaban mi manera de pensar, sentir y actuar. A través de la terapia, la meditación y el autoanálisis, comencé a reconfigurar mi mente. Sabía que necesitaba cambiar mi diálogo interno, dejar de ser mi peor crítica y convertirme en mi mejor amiga.
En este proceso, también descubrí la importancia de la sexualidad consciente. Entendí que la sexualidad va más allá del acto físico; es una expresión de amor, de confianza y de entrega. Aprendí a escuchar mi cuerpo, a respetar mis tiempos y a comunicarme abiertamente con mi pareja. La sexualidad en una relación sana no es una herramienta de manipulación ni una obligación; es un acto de amor mutuo y respeto.
Hoy, cuando miro hacia atrás, veo cuánto he crecido. Mi relación actual no es perfecta, pero es auténtica, saludable y basada en el respeto mutuo. Lo que hace esta relación diferente es que ambos nos comprometemos a trabajar en nosotros mismos, a comunicarnos abiertamente y a apoyarnos en nuestras respectivas jornadas de crecimiento personal. No estamos juntos por miedo a la soledad ni por cumplir con las expectativas sociales, sino porque hemos elegido conscientemente compartir nuestras vidas.
Ahora, al dar el paso de casarme, lo hago desde un lugar de total claridad y convicción. Estoy segura de que este paso es una extensión natural de la relación que hemos construido juntos, una relación que nos nutre, que nos desafía a ser mejores y que nos brinda paz.
A nivel neuronal, este viaje ha sido una reprogramación de mi mente y de mi corazón. He creado nuevas conexiones neuronales basadas en el amor propio, la autoestima y la autenticidad. Estas nuevas rutas mentales me permiten vivir desde un lugar de plenitud y bienestar, influenciando cada aspecto de mi vida. El cerebro es increíblemente plástico y puede adaptarse y cambiar cuando le damos las herramientas necesarias.
Hoy, puedo decir con certeza que el amor verdadero empieza desde adentro y que, cuando nos amamos a nosotros mismos de verdad, podemos amar a otros de manera saludable y plena. Y en este amor consciente, he encontrado la libertad de ser yo misma, de compartir mi vida con alguien que me acepta tal como soy, y de dar el paso al matrimonio con la certeza de que lo hago desde la conciencia y no desde la presión social.