“Ya no sufrirán más por mi culpa… abuela ya no estarás más enferma por mi culpa”; escribió Juan*, con lápiz en media hoja de cuaderno, antes de abrir la ventana y lanzarse al vacío quitándose la vida, Juan* solo tenía 11 años. (El Colombiano febrero 22 de 2025) Esta fue la sorpresa que me llevé al leer los periódicos del día, el titular fue, “Defensoría prendió las alarmas por aumento de suicidios infantiles”. Quienes han leído mis columnas, por varios años, se habrán dado cuenta que no es la primera vez que escribo sobre el tema, han sido varias y en ellas he llamado la atención de la necesidad de poner cuidado al asunto. Pero nadie parece escuchar.
¡Claro, este tema no da votos! La verdad pareciera que a la clase política y dirigente de este país poco o nada le importa que niños y jóvenes estén atentando contra su propia vida; insisto, este tema no da votos, por eso los políticos y politiqueros no se toman fotos al lado de un ataúd. Según la Defensora del Pueblo, Iris Marín, “la mayoría de los suicidios se dan en estratos 1 y 2, son contextos en los que hay micro-tráfico cerca a los colegios, violencia intrafamiliar y violencia de género en la familia”.
Lamento agregar a lo expresado por la Defensora del Pueblo que, según datos estadísticos, en los estratos superiores (5 y 6) también hay suicidios y violencias de todo tipo, no podemos estigmatizar; los ricos también lloran. Según el artículo en mención, Antioquia es la región del país con más suicidios de menores de edad con 40 casos registrados.
Repito, yo a mis cinco años descubría cosas nuevas y jugaba hasta más no poder, me pregunto hoy lo mismo que vengo preguntando hace varios años, ¿qué puede estar pasando por el cerebro de un niño para maquinar minuciosamente un acto tan fuerte como lo es quitarse la vida? Hace rato estoy escribiendo y pregonando, en diferentes espacios, que “la sociedad está enferma”, como también lo está la escuela y la familia, debemos hacer algo, para acabar con la “infelicidad”, si estos niños y jóvenes que se suicidaron hubieran sido felices, no se habrían quitado la vida.
Retomo una frase de nuestro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, que había publicado ya en otros artículos, “no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”. Compungido y con los ánimos por el suelo, compartí el artículo con varios amigos, les manifesté mi inconformidad al pensar que a nadie le preocupa algo tan doloroso y significativo como lo es el suicidio. Lo que realmente refleja la gravedad de la situación es el altísimo número de jóvenes con pensamientos o intentos de suicidio.
Resulta que una semana antes, leyendo la prensa, como suelo hacerlo cotidianamente, me había encontrado un artículo semejante; “niños prefieren suicidarse antes de ser reclutados”, fue el titular que me llamó la atención y que luego me hizo estremecer ante tanta crueldad. (sábado 15 de febrero de 2025) Resulta que en departamentos como el Chocó y, principalmente en el Cauca, los niños son reclutados por diferentes grupos armados para alistarlos en una guerra que no les pertenece. Cuando diferentes organismos del Estado se desplazan a las zonas de guerra, alarmados por tantos suicidios, se encuentran con una cruda realidad y es que niños de seis, siete u ocho años, que han fracasado en su intento de suicidio, expresan que es esa la única forma de escapar del martirio de la guerra.
¡Qué duele, duele! Según la Defensoría del Pueblo, en los últimos cuatro años se registró un incremento del 1005% en los casos de reclutamiento infantil; además del hecho criminal preocupa el sub-registro y, es que muchas familias, sobre todo indígenas, sienten miedo de denunciar el secuestro de sus hijos por represalias de los grupos armados.
Almorzando con un amigo le hice el comentario del artículo que había leído y llegamos a una conclusión palpable y evidente, en Colombia reina la desigualdad; es incuestionable lo que dicen muchos estudios y estudiosos, somos uno de los países más inequitativos del mundo. Leía hace poco que Medellín es de las ciudades del país donde más se ven autos de alta gama, es decir, carros costosísimos que no cualquier ciudadano puede comprar. Mientras muchos sufren las inclemencias de la guerra, unos pocos tienen los lujos y las comodidades más excéntricas del mundo entero, para mí no es justo tanta desigualdad; le decía a mi amigo que yo estaba seguro de que a esa hora mientras nosotros almorzábamos muchos colombianos no habían ni siquiera desayunado o tomado unos tragos de agua de panela.
La cantidad de familias desplazadas es enorme, como las necesidades o padecimientos que los acompañan. En las ciudades pensando en la Inteligencia Artificial y en el campo esquivándole a las balas; jovencitas de todos los estratos pensando en el viernes y sus rumbas y las mujeres en el campo sin saber cómo resolver sus necesidades higiénicas más básicas, nosotros en las ciudades abrimos el grifo y abunda el agua, mientras pueblos enteros padecen una sequía interminable. La pregunta es: ¿cómo resolver las necesidades básicas de tantos compatriotas que carecen de lo básico para sobrevivir?
Coda; somos un país con muchas cosas por resolver, la vida es mucho más que un concierto.