En mi escuela, años setenta, todo transcurría normal hasta que alguien contraía una virosis y disparaba las alarmas epidemiológicas de profesores y padres de familia, eran virus naturales que le daban la vuelta a mi escuela a la vez que se iban esparciendo por toda la ciudad.
Empezaré por nombrar la varicela, un sarpullido en todo el cuerpo acompañado de una fuerte picazón que producía fiebre y agotamiento, a los pocos días iban brotando una especie de ampollas que generalmente se ubicaban en las partes más delicadas del cuerpo, con el paso de los días la piel se resecaba y una caspa gruesa dejaba, en algunos, las cicatrices de una peste que jamás se olvidará.
Como no recordar que a mi escuela también la visitaron las paperas, otra enfermedad viral que consistía en la inflamación de las glándulas salivales en medio de intensas fiebres y dolores agudos debajo de las orejas, alrededor de dos semanas permanecía uno encerrado sin poder jugar y menos brincar, recuerdo que mi madre nos ponía un pañuelo entre la cabeza y el cuello que, a manera de mortaja, impedía que la enfermedad bajara a los órganos genitales.
Admito no haber conocido ni padecido el sarampión o el polio, muy común en mi época, pero, sí fui víctima de grandes brotes gripales y gastrointestinales.
En mi casa no faltaban ingredientes mágicos como el limón y la aguapanela que, según mi madre, servían para quebrantar la peste.
Como los sobres con polvos químicos para el día y la noche no los habían inventado, lo mejor era sudar la gripa debajo de las cobijas en medio de una sobredosis de aguapanela con limón, acompañada de amor y cuidados maternos. En caso de gripa y fiebre intensa mi madre mandaba a comprar, en la farmacia, un sobrecito de Asawin, una pastilla amarillita que ayudada con Vick Vaporub o Mentolín debajo de la nariz descongestionaba las fosas nasales. Para daños estomacales estaba la Terramicina, una pastilla grande y amarga que casi no era capaz de tragar, pero eso sí, muy necesaria en los ataques fuertes que hacían lombrices y parásitos en nuestras barriguitas. Definitivamente, la peor epidemia en mi escuela era la pobreza, algunos niños, muy pocos, tenían mejores posibilidades económicas. La mayoría vivíamos en medio de una abundancia de necesidades, olíamos a pobreza, pero éramos felices, muy felices, eran los tiempos en que creíamos en los magos y reíamos con los payasos.
En medio de esta crisis que estamos viviendo con motivo de la nueva cepa llamada Ómicron, veía en los noticieros el aumento desenfrenado de contagios y muertes, debo admitir que me asaltan muchas dudas, una de ellas es que este virus no es natural como los de mi escuela sino algo construido en un laboratorio con efectos geopolíticos.
Lo digo porque en mi niñez para cada virus existía una vacuna, la cual con una sola dosis servía para toda la vida, con decir que algunos quedamos marcados con un morro en el hombro o la espalda fruto de una de ellas. Me llama la atención que este virus sea tan resistente y que no baste con una dosis, en menos de dos años ya vamos en la tercera dosis y algunos países están pensando en la cuarta, y, nos seguimos contagiando y la gente se sigue muriendo.
No obstante, otrora había muertos con las epidemias que vivíamos, ¡claro que sí!, pero no en la dimensión de estas guerras químicas del siglo XXI, hace rato nos dimos cuenta que esto no es cuestión de aguapanela con limón, este fantasma químico está cargado de veneno. En conclusión, yo estoy vacunado y me seguiré vacunando, pero, también seguiré dudando.
Por otra parte, los gobiernos abren las escuelas a pesar de los riesgos, ¡pero es necesario volver a las aulas!, si abrieron bares, discotecas y el comercio en general, por qué no abrir colegios y universidades, el mundo entero debe seguir su marcha.
Ahora, como muchos han dicho que el virus vino para quedarse, entonces debemos aprender a convivir con él y cuidarnos, así a algunos no les nazca cuidarse y cuidar a los demás. Lo digo porque con pequeños detalles podemos prevenir más contagios, soy usuario cotidiano de los buses urbanos y como ya no hay aforos o límite de pasajeros, estos se desplazan llenos, lo peor es que algunos usuarios por temor a despeinarse no abren las ventanillas mientras el virus revolotea por todos lados. Qué falta hace que todos pongamos nuestro granito de arena.
Puede sonar a cantaleta, pero por favor, usemos el tapabocas, lavémonos las manos, aireemos los espacios. De mi parte siento mucho respeto con aquellas personas que profesan religiones o defienden algunas teorías, pero, debo decirles que esto no es cuestión de creencias o ideologías, la muerte es real, solo quienes hemos perdido amigos y familiares sabemos del dolor que causa este virus.
Coda: no se dice veinte, veintidós, sino, año dos mil veintidós.