Hace pocos días, con motivo de mi efeméride, algo así como mi cumpleaños, recibí varias llamadas, entre ellas una de un amigo con quien hacía muchos años no hablaba. Después del riguroso saludo, empezó a indagar por mi vida, yo le respondí aquello que se podía saber, hubo cosas que no le respondí. Y, es que por más sinceros que seamos, así sea con el ser más querido, cada uno tiene algo que no cuenta, eso se llama intimidad.
Quienes me conocen o han compartido conmigo saben que no pregunto nada, jamás interrogo a nadie, no es mi estilo, ni pregunto, ni me gusta que me pregunten. La conversación no se detuvo y cuando mi amigo no tenía más preguntas, empezó a hablar solo, sin que yo le preguntara, me contó de su familia, su trabajo y algunas travesuras.
Algo que llamó enormemente mi atención fue que me dijera que él le paga arriendo a su esposa viviendo en la misma casa. Tremendo merequetengue… A ver, desenredemos esto, resulta que mi amigo y su esposa hicieron partición de bienes, no se separaron, tampoco se divorciaron, solo repartieron los bienes; viven bajo el mismo techo con sus hijos y ellos duermen en la misma cama, una pareja normal; digo yo “normal”, no sé. A mi amigo le tocaron dos apartamentos y una pequeña finca, mientras que a su esposa le tocó la casa grande donde viven, el carro y la micro-empresa familiar. Lo curioso de todo este cuento es que hace pocos días la esposa le está cobrando un arriendo por estar allí, sí, mi amigo le paga arriendo a su esposa por vivir en la misma casa. Quedé anonadado.
Colgué el teléfono medio aturdido y desconcertado, prendí el computador y busqué en internet una canción del difunto Mariano Cívico, que hace varios años me pareció ridícula pero que hoy cobra, para mí, mucho sentido; no solo me llamó la atención el título (La Mitad), sino también su contenido; ¡Uh!, ahora me doy cuenta de que hay quienes viven cosas peores. Resulta que unos esposos se están separando y deciden repartir sus bienes, obvio ella bien materialista reclama lo suyo y él responde: “En mi cara gritaste que no me querías y que volver conmigo, jamás lo harías, y al que escupe para arriba en la cara le caerá.
Ahora vienes a buscarme y, que lástima me da, y a decir que de mis cosas tienes derecho a la mitad. Con gusto te las entrego, de nada te servirán… y ahí tienes, media cama, medio armario, media almohada, media sala, media toalla, media plancha, medio cuadro, medio espejo; llévate medio colchón… y ahí tienes, media estufa, medio horno, medio plato, media taza, media olla, media tapa, medio termo, media jarra; y medio calentador; llévate media nevera y medio televisor. Y el perro a la cara y sello, pa’ que no haya discusión”.
Escuché la canción tres veces con detenimiento, luego me puse a ojear los periódicos y, ¡vaya sorpresa! al leer que, “tras cuatro días internado en un hospital al sur de Bogotá, un hombre perdió la vida. Tenía dos heridas graves en el tórax por cuenta de dos puñaladas que le propinó su pareja sentimental el pasado domingo 16 de junio.
La agresora aceptó su responsabilidad y será judicializada en las próximas horas”. (El Espectador jueves 20 de junio de 2024). La verdad estamos acostumbrados a hablar de la violencia que se genera en contra de las mujeres, pero, nadie habla de los masculinicidios. Indagué sobre el tema y me dijeron que no se habla de masculinicidios porque no es una violencia de dominación femenina, es decir, las mujeres no asesinan al hombre por el mero hecho de ser hombre, sino por otras razones, entre algunos argumentos leí que una mujer no es capaz de dominar a un hombre como un hombre domina una mujer, juicios desabridos, para mí.
La verdad me confundí y no quise indagar más, porque al leer algunos artículos encontré, más que tesis o demostraciones jurídicas, un sinnúmero de odios viscerales de un género a otro y viceversa. De todas formas, son asesinatos, muertes, para que tantas teorías insulsas, nos estamos matando porque sí o porque no, muy triste eso.
En conversaciones con compañeros y colegas de mi oficio, me dicen que es bastante recurrente el hecho de que existen mujeres que traten mal a sus esposos, maltratándolos no solo de palabra sino también físicamente, golpeándolos y castigándolos de múltiples formas. Me dicen que hay mujeres que no cocinan, siendo esa responsabilidad solo del esposo, hubo alguien que me argumentó con cifras que hoy las mujeres consumen más licor que los hombres y, son más infieles; no le discutí porque no acostumbro a hablar de aquello que no sé, pero, la verdad me quedó la duda.
Cada que preguntaba o consultaba sobre el tema me confundía más y, no dejaba de preguntarme por qué la vida en pareja se está volviendo cada vez más tortuosa, no para todos, hago la claridad. Si alguien no quiere estar con uno, pues, que no esté y punto, pero, no tengo porque agredir esa persona y menos asesinarla. Algo sí me quedó claro y es que esa época machista se acabó, hoy existimos hombres que barremos, cocinamos, limpiamos… y eso no traduce que seamos femeninos, no, solo que somos conscientes que en una casa las labores domésticas deben ser compartidas, buscando un equilibrio hogareño. Me niego a pagar arriendo.
“Prefiero ser alguien difícil de
olvidar, nunca fácil de utilizar”.