Hace muchos años, la secretaria de una institución educativa donde me desempeñaba como profesor me contó jocosamente que en su barrio había una vecina que siempre, después de saludar, decía “no me diga más, cuéntemelo todo”, al parecer, según el relato de la secretaria, la señora era bastante chismosa. Antes de analizar el tema de la comunicación mal intencionada (el chisme), es prudente saber qué dice la Real Academia Española acerca del tema; “noticia o comentario que, siendo verdadero o falso, generalmente pretende indisponer por medio de la murmuración”. Dos años atrás, el Papa Francisco llamó la atención de las personas chismosas aduciendo que el chisme es una peste más fea que el COVID 19. De mi parte agregaría que es un veneno letal inyectado por una lengua viperina. Triste saber que hay personas esperando el amanecer para empezar a mentir y difundir, sin fundamento alguno, comentarios que como dardos hieren y maltratan a las personas.
Es tan revelador el chisme, yo diría tan dañino, que se han hecho estudios sobre el tema, en el año 2019 la Universidad de California, en los Estados Unidos de Norteamérica, “rastreó las conversaciones de 467 personas entre 18 y 58 años y pudo determinar que la gente dedica 52 minutos al día al chisme”. Por consiguiente, con las redes sociales, en todo su furor, sí que pulula el chisme de todos los colores, tamaños y formas. Yo no he hecho ningún estudio o investigación, pero creo tener la razón al decir que llega más rápido un comentario mal intencionado que una ambulancia.
¡Que quede claro!, muy claro, el chisme no tiene género, lo digo porque culturalmente se cree que son las mujeres las comunicadoras de falsos comentarios, algo que para mí no es cierto, lo digo porque en mi vida profesional me han hecho más daño los comentarios desatinados de algunos compañeros, que de las damas que me han rodeado. Lo cierto es que el chisme no debería existir, no debemos afirmar aquello que no estamos en capacidad de confirmar, ese; “fue que me dijeron”, “yo no vi pero me contaron”, “dicen que fue así, dicen…”, debe desaparecer del panorama imaginativo. Una mente sana no reproduce algo que no sabe o no puede asegurar.
Conversando con un amigo, trató de explicarme que existen dos tipos de chismes, por un lado, está el inofensivo, muy común y que muchas personas practican, que, aunque es un rumor no hace daño; y por otra parte está el chisme malicioso, aquel que lleva su ponzoña, su parte tóxica. Por más que trató no pudo convencerme, lo interrumpí decentemente para decirle que no estaba de acuerdo con sus argumentos, ya que para mí el chisme bueno, al igual que la mentira piadosa no existen, mentira es mentira y, chisme es chisme. No le pongamos bondad a algo que no la tiene, siempre he creído que a nadie le gustaría que hablen mal de sus hijos, su cónyuge, sus padres, sus hermanos. Los chismosos deberían pensar en el daño que pueden causar con sus misiles viperinos, daño que en ocasiones puede conllevar a una ruptura amorosa, llevar a un suicidio o un homicidio. No se debe jugar con la honra de las personas.
De mi madre aprendí que la peor enfermedad es la envidia, en ella se gestan todo tipo de comentarios para destruir al otro; y me dejó claro mi padre que uno nunca habla mal de nadie, menos de las mujeres, me lo dijo advirtiéndome que pasara lo que pasara nunca denigrara de una mujer, sabias palabras de mis viejos. Advierto que no quiero decir que otrora el chisme no existía, ¡claro que existía!, pero en mi casa me enseñaron valores, así haya sido a los trancazos, aprendí el respeto por el otro, a no hablar de nadie y contar hasta cien antes de asegurar algo. Triste época la nuestra, lo dijo el científico Albert Einstein, “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Tengo claro que el envidioso inventa un rumor, el chismoso lo difunde y el tonto, medio apendejado, lo acepta y lo cree sin resistencia alguna. Qué baja autoestima tienen aquellos que solo se dedican a difamar, cada quién debería hacer lo suyo sin meterse tanto en la vida de los demás.
Cuenta la historia que un discípulo se acercó al maestro Sócrates con el fin de contarle algo, este de inmediato lo interrumpió preguntándole si era necesario que él supiera lo que iba a contarle. El discípulo quedó pensativo, entonces Sócrates le hizo tres preguntas, “¿estás seguro que todo lo que vas contarme es cierto?, -no, pero me lo contaron otros- respondió el discípulo; ¿lo que vas a decirme es algo bueno?, -no todo lo contrario, fue la respuesta; ¿me servirá de algo lo que tienes que decirme?, -no, realmente-. Bien en tal caso –concluyó Sócrates-, olvidémoslo, para qué molestarnos con algo despreciable, que ni es verdad, ni bueno, ni útil”.
Coda: Chisme, la semana anterior murió, a sus 87 años de edad, Adonay Ardila Urueña, motivo de inspiración de la canción “Adonay, ¿por qué te casaste Adonay?’, del fallecido maestro, Julio Erazo Cuevas. La historia de la canción es muy bonita, ella se casó porque…, “no me diga más, cuéntemelo todo…”.