Hace pocos días fui al centro de la ciudad, uno de los paseos que más disfruto en mi vida, me gusta caminar el comercio, observar las personas que habitan las calles, ver los malabares que hacen algunos jóvenes en los semáforos, me detengo en lugares donde venden cachivaches tirados en el piso, me gusta ver pasar el metro, mirar como unos corren de un lado a otro mientras otros van despacio, algunos pasan sin ser vistos, en fin, el centro de la ciudad es algo exótico, para mí.
Esta vez, no puedo negar, quedé sorprendido al ver el abandono en que está sumida una metrópoli tan linda, otrora llamada la tacita de plata por su ornato y aseo; pero más sorprendido quedé al ver el Museo de Antioquia y la llamada Plaza Botero totalmente enmalladas, aducen las autoridades que es por temas de seguridad, pero, la seguridad no la dan las rejas sino las personas.
Al ver que todo estaba cerrado, vino a mi mente una idea que trabajé hace muchos años, no puedo concebir o mejor no cabe en mi mente la manera como en algunos pueblos manejan la casa de la cultura, no entiendo como encierran la cultura en una casa, la cultura no puede encerrarse y menos echarle candado a la puerta bajo el capricho de algún funcionario. En algunas mal llamadas casas de la cultura, uno encuentra piezas para un museo, sombreros y trajes viejos, corotos de familias de antaño, cuadros de santos, libros viejos y algo más. De mi parte creo que llegó la hora de transformar y promover nuevas formas de acercamiento cultural, se deben encauzar mejor los recursos disponibles para efectos prácticos, promoviendo intercambios culturales de un municipio a otro. ¿Por qué mejor, en vez de pagar una casa de la cultura donde los recursos se quedan en manos de unos pocos, no se promueven intercambios escolares, donde por unos pocos días los estudiantes de un pueblo de clima frío puedan conocer y estudiar en la cotidianidad de un pueblo cálido y tropical?
No podemos seguir pensando que la cultura son objetos, no, la cultura debe entenderse como todas las formas o expresiones de una sociedad determinada; la forma de pensar, sentir y obrar, incluidas las costumbres, prácticas sociales, creencias religiosas, formas de vestir… y hasta la comida hace parte del entorno cultural. En medio de tanta diversidad es común encontrar pueblos muy conservadores y otros bien liberales, pueblos reconocidos por sus advocaciones a los santos y otros por sus exagerados apetitos carnales, indudablemente, todo eso es cultura. Los pueblos deben ser dinámicos y creativos, rescatando y manteniendo vivas las enseñanzas de sus antepasados con el fin de perpetuar creencias, usos y costumbres.
Como la cultura es dinámica y cambiante, se observa que, en muchos pueblos invadidos por la modernidad, sus plazas o parques principales fueron desapareciendo, al igual que aquellos locales viejos de tapia, donde funcionaba la tienda, la cantina o el almacén agropecuario, de las barberías poco se sabe, hoy se habla de salones de belleza, de comidas rápidas y no de suculentos platos, en fin, todo cambia. Igualmente, en colegios y universidades, los actos culturales abolieron las danzas típicas de algunas regiones dando paso a los nuevos bailes modernos. Bienvenido todo aquello que produzca felicidad al ser humano mientras no afecte la vida física o psicológica de alguien, al hombre le estará permitido buscar la felicidad en diferentes manifestaciones culturales.
Dejando a un lado el tema de la cultura quiero hacer referencia a las rejas o mallas que encierran las obras donadas por el maestro Fernando Botero a la ciudad. Las rejas son síntomas de que algo anda mal y en este caso es la seguridad de la ciudad, si necesitamos encerrarnos es porque la seguridad no está garantizada. Viene a mi mente la época tétrica, cuando la narco violencia invadió la ciudad, empezando a hacer parte del paisaje citadino casas con enormes rejas, puertas blindadas, chapas de seguridad, muros altos, cadenas, alarmas, vigilantes, encerramientos con mallas y púas, cámaras y muchas otras cosas más, la gente parecía no vivir en casas sino en celdas, todos desconfiaban de todos, se acabó la buena vecindad y llegó la época del miedo.
Como las cosas hay que llamarlas por su nombre y decir siempre la verdad cueste lo que cueste, no entiendo como hay funcionarios gubernamentales empeñados en decir y hacer creer que todo está bien; mentira, en términos de seguridad y convivencia, en vez de avanzar el país retrocede, encerrarnos de nuevo es algo grave. La solución no deben ser las mallas sino ofrecer seguridad. Algún día dije que cuando el esposo se enteró que su esposa le había sido infiel en el sofá de la casa, este optó por vender el sofá, la idea no es esa, es solucionar el problema de raíz. ¡Que viva la cultura!, pero sin chapas, rejas, o candados. La cultura no se encierra, la cultura vuela de región en región.