Pie de Foto: Christian Lachapelle-Miller está teniendo dificultades para encontrar un lugar seguro y asequible donde vivir en Providence. (Foto por Michael Salerno/Rhode Island Current)
Comentario Por: Christian Lachapelle-Miller
Tengo 31 años, soy profesional soltero y nací y crecí en Providence. Después de haber pasado más de la mitad de mi vida dentro del sistema de crianza temporal (foster care), hoy trabajo a tiempo completo para el Estado de Rhode Island y tengo más de una década de experiencia en servicios humanos y públicos. Y aun así, a pesar de contar con ingresos estables y raíces profundas en esta comunidad, me siento cada vez más preocupado por mi estabilidad habitacional. Estoy teniendo dificultades para encontrar un lugar seguro y asequible donde vivir en la ciudad que siempre he llamado hogar.
Una parte de la crisis de vivienda de la que no hablamos lo suficiente es el número creciente de residentes de Rhode Island de ingresos medios que están quedando fuera del sistema. Personas como yo —que ganamos entre $65,000 y $75,000 al año— a menudo quedamos excluidas de los programas de vivienda asequible y no calificamos para la mayoría de la asistencia pública. Pero el mercado privado está simplemente fuera de nuestro alcance.
Gano aproximadamente $73,500 al año. Después de impuestos, primas de seguro médico, aportes a la jubilación y otras deducciones, mi ingreso neto mensual es de poco menos de $4,200. Vivo en un estudio de 400 pies cuadrados porque un apartamento modesto de dos habitaciones en Providence fácilmente supera los $2,000 al mes. Eso representa casi la mitad de mi salario, muy por encima del umbral recomendado del 30% para considerar la vivienda como asequible.
Y no es solo el alquiler. Es el aumento del costo de los alimentos, los servicios básicos, el transporte y los pagos de préstamos estudiantiles. Para quienes ganamos un salario regular, las cuentas simplemente no cierran. Estamos atrapados en lo que muchos llaman la “clase media invisible”: ganamos demasiado para recibir ayuda, pero no lo suficiente para mantener un nivel de vida básico en la ciudad a la que servimos.
Mis desafíos habitacionales se agravan por un historial de alquiler limitado. Viví en residencias universitarias mientras estudiaba en Rhode Island College, seguido por años de viviendas inestables o temporales tras agotar mi ayuda federal para estudiantes. Esta realidad, junto con un puntaje crediticio que ha sido un trabajo constante de mejora, crea barreras significativas para acceder a viviendas de calidad —barreras que a menudo son invisibles en las políticas, pero se sienten profundamente en la vida cotidiana.
Esto no es solo una dificultad personal —es una falla estructural. Los trabajadores de ingresos medios como yo solemos ser invisibles en las conversaciones sobre política de vivienda. Pero no somos un caso aislado. Somos los gestores de casos, maestros, trabajadores sociales, empleados de organizaciones sin fines de lucro y enfermeras en las primeras etapas de su carrera, que están haciendo todo “bien” y aun así están siendo dejados atrás.
Si Rhode Island realmente quiere solucionar su crisis de vivienda, debemos dejar de tratar a los trabajadores de ingresos medios como si no necesitáramos apoyo. Necesitamos nuevas estrategias que incluyan:
- Ampliar los umbrales de elegibilidad según ingresos para incluir a quienes ganan entre el 80% y el 120% del ingreso medio del área;
- Desarrollar modelos de vivienda de ingresos mixtos que reflejen una gama más amplia de experiencias de vida;
- Ajustar los requisitos de historial crediticio y de alquiler para tener en cuenta las realidades de quienes han enfrentado barreras sistémicas;
- Redactar un plan estatal de vivienda sólido —incluyendo una estrategia específica para prevenir la falta de vivienda.
Los trabajadores de ingresos medios como yo solemos ser invisibles en las conversaciones sobre política de vivienda. Pero no somos un caso marginal. Somos los gestores de casos, maestros, trabajadores sociales, empleados de organizaciones sin fines de lucro y enfermeras que están haciendo todo lo correcto y, aun así, se están quedando atrás.
La vivienda es un derecho humano —y uno que debe extenderse más allá de quienes están en los extremos de la necesidad. Como empleado público a tiempo completo, contribuyo cada día al bienestar de mis vecinos, y sin embargo estoy al borde de ser desplazado de la misma comunidad a la que sirvo. El miedo a vivir en mi carro no es lejano ni exagerado —es real e inminente.
Este no es un problema teórico. Está ocurriendo ahora mismo, a personas con quienes trabajas, en quienes confías y por quienes te preocupas. La crisis de vivienda de Rhode Island no se trata solo de pobreza —se trata del colapso de la asequibilidad en toda la clase trabajadora. Necesitamos políticas de vivienda y soluciones que reflejen toda la gama de realidades económicas que vivimos.
Comparto mi historia no para pedir lástima, sino para exigir acción —porque este problema no es solo mío. Nos pertenece a todos. Si queremos construir un Rhode Island justo y habitable, debemos asegurarnos de que la vivienda respete y represente a todo el espectro de personas que viven y trabajan aquí.