Hace pocos días se celebró en la ciudad de Medellín la Fiesta del Libro, aclaro, fiesta no feria, tengo entendido que en muchas ciudades del mundo se realizan ferias del libro, no fiestas.
Según comentarios de personas serias en el mundo literario, en esta última versión se estaba pasando de fiesta a guachafita, así lo leí en varios artículos.
Debo admitir que yo no fui a la Fiesta del Libro, pero ante semejantes comentarios algo de cierto debe haber en lo que dicen, me preocupé y fue así como empecé a pensar que hoy a las ferias de libros están yendo muchas personas, eso alegra, es algo positivo, pero, también sé que ir y salir con una bolsa en la mano llena de libros se volvió una moda, algo así como una clase social exclusiva.
Puede que sea un juicio sin fundamento, pero ha quedado al descubierto que algunos compradores compulsivos lo hacen por aparentar, mas no por el gusto de leer, y es que en ese mundo del comprar y aparentar hay quienes no compran libros baratos para no quedar mal con sus amigos que los acompañan.
Sin pretender ser aguafiestas pregunto: ¿cuántos libros comprados en la reciente Fiesta del Libro fueron ya desempacados y, al menos, ojeados?, leer no puede ser una moda más, leer debe ser algo placentero, los libros no deben terminar haciendo las veces de porcelanas, ya que no son objetos de decoración.
Digo lo anterior porque otrora uno entraba a una casa y lo primero que veía era la Biblia en un atril abierta y nadie la leía, igual ocurría con un montón de libros guardados en cajas de cartón, el estar guardados traduce que nadie los lee, y es que, si les da pereza leer, mucha más pereza produce sacarlos de una caja.
Ojo, comprar libros en cantidades no significa que seamos una ciudad lectora, eso puede servir como indicador numérico, pero no asegura que la cantidad de libros vendidos hayan sido leídos. Una persona que lee disfruta más la vida, la ve con otros ojos, con los ojos de los libros.
Siguiendo con el tema, quiero hacer, respetuosamente, una comparación, sé que muchas personas vibran y sienten los malos tratos a que son sometidos algunos animales, especialmente los perros, confieso que sin ser animalista de tiempo completo defiendo los animales, pero, no puedo negar que siento un escozor inmenso cuando veo que un libro es maltratado.
Yo vibro por los animales, pero también por los libros. Otrora, como estudiantes, nosotros no teníamos Google u otras posibilidades informativas, de ahí que fuéramos asiduos clientes de bibliotecas públicas y privadas, en ellas era común ver libros rayados y, peor aún mutilados, sucedía que algunos compañeros por pereza de leer, analizar y escribir arrancaban las hojas de los libros para llevárselas a la casa. Ver libros rotos, viejos y deteriorados produce en mí un dolor inmenso, me parecía increíble que existieran violadores y asesinos de libros, siempre me ha dolido ver libros ajados, esos crímenes literarios los comparo con arrancarle los dedos, las orejas o los pies a un ser humano.
Ahora bien, con el paso de los años entendí que los libros como los niños o los animales domésticos también tienen estrato, lo digo porque he visto bibliotecas en fina madera bien torneadas donde los libros quedan protegidos del polvo o la luz intensa que pueda deteriorarlos; de ahí que sean los consentidos, pero, algunos no leídos.
En contraste con lo anterior hay libros sin un lugar seguro, abandonados, libros que van rodando de un lado a otro, de la mesa del comedor saltan a una silla, luego al escaparate, para terminar estorbando por todos lados, nadie los mira, nadie los acaricia.
Por esas cosas de la vida tuve que ir al centro de la ciudad donde encontré una amplia oferta de libros huérfanos, libros de la calle, “gamilibros”; vi un señor exhibiendo una cantidad de libros viejos que reposaban en un andén sobre un plástico, de pie en frente y, de forma disimulada observé los transeúntes pasar, algunos de ellos miraban los libros con desprecio.
Ese día recordé que un amigo en esas ofertas callejeras encontró una versión sensacional y muy antigua de la “Divina Comedia” de Dante Alighieri, la verdad allí no hay libros desactualizados u ordinarios como algunos creen, no. Mirando ese plástico lleno de libros, parodié en mi mente la frase, “los libros buscan su hogar”.
Hace ya más de diez años escribí en otro artículo que los libros no se los roban, es decir, no hay atracadores de libros o bandas especializadas en robar libros de pasta dura, nunca he visto un atraco con revolver o cuchillo donde el ladrón diga “entrégueme esos libros que los voy a leer”, admito que, me han robado libros, pero no en atracos sino algunos amigos a quienes les he prestado libros y no me los han devuelto.
El objetivo de aquel artículo fue llamar la atención acerca de los bajos índices de lectura que había en el país, la verdad poco ha cambiado el panorama.
Acerca de los libros hay muchas cosas por decir, por ejemplo, que aún siguen siendo prohibidos algunos textos en ciertos lugares, recuerdo que en la década de los años setenta bajo las dictaduras en América Latina muchos libros no podían venderse y menos leerse.
Coda; sigue siendo cuestionante que en el mundo se impriman más billetes que libros y que una botella de aguardiente cueste menos que un libro.