La semana anterior leí un artículo científico que me dejó anonadado; su argumento central es que tan solo se necesitan tres segundos de mi voz para que esta sea clonada. La voz puede salir de un antiguo video, de una llamada o grabarla directamente. Con esos tres segundos de mi voz, se puede redactar el texto que sea para ser leído con esa tonalidad. Según el autor del artículo, Leonardo Bautista Romero, inicialmente, OpenAI pensaba lanzar un programa piloto para que los desarrolladores de contenidos digitales pudieran probar API de Voice Engine a principios del pasado mes de abril. Sin embargo, debido a los temores de lo que pueda causar en el mundo la clonación de voces, se detuvo, por ahora, el lanzamiento de esa herramienta.
¡Uh!, tremendo problema; resulta que con ese invento me pueden robar la voz y poner en mi boca palabras que yo jamás haya dicho. Socializando el tema con un colega, profesor, me dijo que más preocupante aún es que estén circulando por las redes sociales fotos de personas desnudas; desnudadas con Inteligencia Artificial, y, puestas en ridículo ante el mundo entero. Lo mejor será no compartir fotografías y quedarnos callados. Con todos estos sistemas tecnológicos yo me pregunto; ¿será que el ser humano si está avanzando para mejorar sus condiciones de vida? Como van las cosas, algún día vamos a decir, me robaron la voz y también me desnudaron.
Hace poco en un auditorio, donde fui invitado, expresé que debido a mi edad no me tocará ver muchas cosas que están por suceder en términos de experimentos humanos, cosas que sí verán los niños que acuden hoy a la escuela primaria. Dije que yo venía de la inteligencia natural y que le temo a la Inteligencia Artificial. Y es que, durante mi niñez, años setenta, las cosas eran naturales, no había prótesis cerebrales como las calculadoras, computadores, teléfonos inteligentes y otros artefactos más que ayudaran a resolver situaciones adversas. Nuestra generación sabía sumar, restar, dividir por tres o más cifras, sacar raíz cuadrada y raíz cúbica, aprendimos de seno, coseno, tangente y cotangente, algunos no fuimos grandes matemáticos, pero, usábamos el cerebro. Leíamos revistas, íbamos a matiné, jugábamos y nos relacionábamos mirándonos cara a cara; no quiero con esto decir que fuimos mejores, no, simplemente no había tantos temores a ser expuestos como los jóvenes de hoy.
Recuerdo que no hace muchos años, ante la ausencia de tanto distractor social y una mente poco “contaminada” por la tecnología, los jóvenes, al lado de un radio transistor, un televisor en blanco y negro y algunos juegos de mesa, nos preguntábamos cosas interesantes de las cuales salían respuestas interesantes. Ese cuestionar y querer saberlo todo venía cimentado desde la niñez cuando azotábamos a nuestra madre con aquella frasecita: ¿y por qué?, ¿y por qué?, ¿y por qué? Era normal que el niño quisiera meterse dentro del televisor a jugar con los personajes que allí se presentaban, que se sorprendiera al escuchar su voz grabada en una cinta magnetofónica, que disfrutara un Beta Max viendo la misma película, adelantando, retrocediendo y congelando las imágenes. Pero al parecer, en pleno siglo XXI, los jóvenes perdieron la capacidad de asombro, dejando a un lado preocupaciones y obligaciones, dedicando, o mejor, permaneciendo muchas horas de su vida bajo el dominio de su teléfono celular.
Desafortunadamente, mientras nuestros jóvenes siguen con la cabeza gacha, en la casa, en la calle y en el Metro, el país sigue su rumbo sin nadie que cuestione y se pregunte por qué las cosas no pueden ser de otro modo. Se acabaron las preguntas, se acabó el asombro, ¿cómo hacer para despertarlos? Sin discusión alguna, quienes cambiamos somos las personas, porque el aire es igual, aunque más contaminado, la lluvia cae de la misma forma, el sol calienta en su horario habitual, la naturaleza sigue su curso al igual que los ríos sus cauces. Culturalmente lo que cambia es la forma de pensar, sentir y obrar de los seres humanos.
Cierto es que en los últimos treinta años el hombre ha cambiado su forma de vida de una manera nunca vista, y, como negarlo, gran parte de esos cambios se deben a la tecnología. Frente al tema adquiere validez el texto, de Alvin y Heidi Toffler, “La Creación de una Nueva Civilización. La Política de la Nueva Ola”. Según lo plantean, con gran claridad, esta tercera ola, la ola de la tecnología cambiará la forma de vida de los terrícolas de una forma abrumadora, basta con decir que casi todo será deshumanizado y la máquina, en no pocas ocasiones, reemplazará al hombre, lo desvestirá y, muchas cosas más.