Recuerdo que en el año 2017 escribí un artículo acerca del hambre, el mismo que letra por letra, palabra por palabra taladraron todo mi ser al momento que escribía, imposible negar lo difícil que fue para mí creer que todo aquello que relataba era verdad. Ahora bien, por aquella época me desempeñaba como Gerente Educativo de la ciudad de Medellín, mi función era interactuar con los rectores y núcleos educativos de la ciudad. Un día normal, común y corriente en horas de la mañana, me dirigí a una de las tantas instituciones educativas de la ciudad, en el barrio Santa Cruz (La Rosa), con el fin de enterarme de un caso de matoneo, maltrato escolar o Bullying. Indagué, verifiqué, escuché y, tomé nota del relato cruel y despiadado, donde la violencia encegueció un par de adolescentes hasta hacer brotar la sangre, fruto de la rabia y la exasperación. En medio de la escucha, entendí que la ira no nos permite saber lo que hacemos y menos aun lo que decimos, las palabras envueltas en veneno hieren más que cualquier espada.
Después de tan triste relato y al haber agotado las preguntas acerca de lo sucedido, manifesté mi tristeza, pero, el rector en voz baja me dijo que había algo más triste para contarme, cuál sería la exclamación de asombro en mi rostro, que mi interlocutor atinó a decirme, “…no se trata de más violencia, pero sí de mucha indiferencia”. Cabizbajos nos dirigimos a la rectoría, el silencio me aturdía, no puedo olvidar que aquel día tanto dolor golpeó mi cerebro. Con voz pausada y en momentos entrecortada, el rector, apesadumbrado tragaba saliva con tanta fuerza que, en su cuello, se notaban vibrar las cuerdas vocales al ritmo de sus palabras. Resulta que de manera tímida una estudiante del grado octavo, el día anterior, le había manifestado, que ella iba a estudiar no por aprender sino por asistir al restaurante escolar que tanto aprovechaba; me contó, el rector, que los ojos de la niña humedecían al describir el calvario que vivían en aquel rancho de latas, plásticos y cartón los fines de semana cuando el hambre hacía de las suyas y con los suyos, ahí añoraba ella la escuela. Con pena, y una timidez rebosada de vergüenza, aquella niña de catorce años le pidió al rector que le dejara esculcar, sin que nadie lo supiera, la caneca en que depositaban las sobras del restaurante escolar con el fin de buscar algo para llevar a su madre y un hermanito pequeño que no tenían nada que comer. No lo niego, ante semejante relato me estremecí y en silencio lloré, quedando sin palabras, hoy, al recordarlo se me hace un nudo en la garganta y mis ojos se humedecen, no me da pena decirlo.
Siempre he tenido claro que Jesús de Nazaret, no vino a este mundo a fundar religiones o cosas semejantes, leo la biblia con el fin de aprender de ese gran líder social que fundamentó sus ideas en el amor al prójimo. Resulta que hace un par de años conocí a Kelly, una mujer a carta cabal y, por medio de ella a su esposo, Jhonnatan, unos seres maravillosos, quienes en medio de un cúmulo de necesidades insatisfechas irradian por todos lados las ganas de servir y colaborar a sus semejantes. Amantes de las mascotas, su casa está convertida en un verdadero albergue perruno, “perritos gamines”, así los denominé yo porque odio los eufemismos; otros hablarán de “caninos habitantes temporales de calle”, para mí, con mucho amor, “perritos gamines”. Me consta que Kelly y Jhonnatan, hacen hasta lo imposible para que sus huéspedes tengan la mejor atención, mientras son adoptados por un buen samaritano. Hace pocos días pregunté por Kelly, y nadie me daba razón, al día siguiente me enteré que la noche anterior la pareja de esposos estaban comprando unos cuadernos y un lápiz para un niño de la cuadra que no tenía nada para llevar a la escuela. Lo admirable de tan altruista gesto, fue que gastaron el único dinero que tenían; que buen ejemplo nos dan ellos a todos de ayudar a los demás, sean seres humanos o animales.
Aprovecho para contar que nunca he visto, a esta singular pareja, presumir o hacer alarde de lo que hacen en función de los seres humanos y de los “hermanos menores”, como se refería Francisco de Asís a los animales, todo lo hacen en el silencio de quien da sin esperar nada a cambio. “Haz el bien sin mirar a quien”; contario a lo que hacen Kelly y Jonnatan, no puedo negar que quedé asombrado al ver cómo, en las festividades decembrinas, no pocas personas y entidades, pedían regalos para los niños de escasos recursos económicos, admito que es una causa justa, pero, antes de dar algo se deben apagar las cámaras, bastan las buenas intenciones, lo demás es teatro. La caridad se hace en silencio y sin tanto espaviento, ahora, cuando alguien quiera donar o regalar algo, no debería hacerlo públicamente.
Concluyo estas líneas diciendo que deberíamos acabar la inequidad, sí, siempre he pensado que tanta miseria, tanta hambre, tiene nombre y, eso se llama inequidad, unos pocos con tanto y muchos, muchos sin nada. El día que cada uno asuma su rol sin pensar tanto en aparentar la sociedad mejorará, no debemos hacer tantas cosas sin sentido solo por agradar a los demás o para que no hablen mal de nosotros. No más ceremonias tontas ni promesas incumplidas como politiqueros baratos, la mejor promesa para este año siempre será ayudar al prójimo como lo hacen Kelly y Jonnatan.