Hace un par de semanas, mientras leía las noticias financieras, me encontré con una frase que hace apenas unos meses habría sido inimaginable. No la dijo un economista independiente ni un crítico del sistema. La dijo el propio CEO de Google, Sundar Pichai: “Si explota la burbuja de la inteligencia artificial, nos vamos todos al carajo”.
Cuando quienes han negado por años la existencia de una burbuja tecnológica ahora la reconocen abiertamente, y además piden que no se deje caer, es porque la situación ha dejado de ser un rumor y se ha convertido en un problema que ya no pueden controlar ni esconder.
Lo más llamativo es cómo hemos llegado hasta aquí. Hace solo unas semanas, grandes ejecutivos de Wall Street filtraron a Bloomberg que esperaban una caída bursátil por la sobrevaloración de las empresas tecnológicas. Horas después, esos mismos ejecutivos vendieron millones en acciones. Al día siguiente, cuando el miedo había hecho su trabajo y los precios bajaron, las recompraron mucho más baratas.
Dos días después, el mercado volvió a la calma. Esto no fue una reacción espontánea del mercado. Fue una jugada calculada. Una estrategia repetida desde hace décadas: crear miedo para comprar más barato. Y, sin embargo, quienes terminan pagando esas maniobras no son ellos, sino la gente común que no tiene acceso a la información privilegiada ni la velocidad con la que operan las grandes corporaciones.
¿Por qué tanto movimiento ahora? Porque detrás de todo esto hay un interés gigantesco: la posible salida a bolsa de OpenAI (Chat GPT), una operación histórica que podría valorarse en un billón de dólares, a pesar de que la empresa todavía no genera ganancias. Microsoft, SoftBank y hasta el propio gobierno de Estados Unidos están profundamente involucrados.
Todos tienen mucho que ganar si la burbuja se mantiene inflada hasta ese momento. Y mucho que perder si se pincha antes. Por eso ahora la narrativa ha cambiado. Ya no niegan la burbuja; ahora piden tiempo. Tiempo para que la gran operación se concrete. Tiempo para que ellos salgan ganando antes de que el resto del mundo pague los platos rotos.
Mientras tanto, la economía real muestra señales de tensión que casi no aparecen en los titulares. Hay bancos que están teniendo dificultades para conseguir dinero disponible, lo cual podría hacer más difícil que las familias obtengan préstamos. Las tecnológicas han acumulado deudas enormes para sostener la carrera por la inteligencia artificial, y si no empiezan a ganar dinero pronto, tendrán que recortar gastos, proyectos o personal.
Los préstamos para autos de personas con bajo puntaje crediticio están entrando en impago más que nunca, algo que indica que muchas familias ya no pueden cubrir sus pagos básicos. Varias empresas financieras pequeñas han quebrado en silencio. Y la Reserva Federal ya deja entrever que podría intervenir otra vez en el mercado, una medida que solo utilizan cuando perciben riesgos mayores de lo que admiten públicamente.
Todo esto tiene consecuencias directas para quienes trabajan, emprenden, ahorran y viven el día a día. Si tienes un 401(k), un IRA o cualquier tipo de inversión, tus ahorros podrían volverse más volátiles.
Si tienes un negocio o necesitas crédito, podrías encontrar requisitos más estrictos o intereses más altos. Y si la economía se desacelera por un ajuste en las empresas tecnológicas, que son hoy uno de los motores principales del país, los recortes de personal pueden expandirse rápidamente a otros sectores, afectando a miles de familias, especialmente a las hispanas, que suelen depender más de la estabilidad laboral y del acceso al crédito.
La burbuja de la inteligencia artificial no es solo un tema financiero. Es un espejo que muestra la fragilidad de un sistema donde todo depende de expectativas, deuda y promesas de ganancias futuras. La tecnología avanzará, sí. La inteligencia artificial seguirá creciendo, sin duda. Pero eso no significa que los precios actuales de las empresas sean sostenibles ni que el sistema esté preparado para absorber un frenazo repentino.
Cuando los propios líderes de las grandes tecnológicas admiten que una explosión sería “mala para todos”, no lo dicen por empatía. Lo dicen porque saben que están demasiado involucrados y que una caída los dejaría expuestos.
Esto no es un llamado al pánico. Es un llamado a la preparación. A entender que, aunque no podemos controlar Wall Street ni las decisiones de las grandes corporaciones, sí podemos controlar nuestra propia planificación financiera. Podemos fortalecer nuestros ahorros, diversificar de manera responsable, evitar deudas innecesarias y asegurarnos de que nuestra estabilidad no dependa del entusiasmo o del miedo de los mercados.
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MIGUEL BACATÁ
Neurocoach Financiero
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